Un escalofriante giro en el caso de la muerte de Valeria Márquez ha sacudido a la sociedad. Trece días después de su trágica desaparición, su asesino ha decidido romper el silencio y confesar sin piedad. En un crudo testimonio, el hombre que acabó con la vida de Valeria ha revelado detalles escalofriantes de cómo la belleza y la inocencia se convirtieron en su sentencia de muerte.
La confusión y el horror se apoderan de quienes escuchan su historia. Valeria no fue víctima de un error, sino de un oscuro juego de poder. Su asesino, sin arrepentimientos, narra cómo fue contactado para llevar a cabo el crimen, revelando un mundo donde el miedo y la traición dictan las reglas. “Era sólo un encargo más”, dice, como si la vida de una joven no tuviera valor.
La confesión no busca redención; es un eco de la brutalidad con la que se manejan las vidas en este submundo. Con una frialdad aterradora, describe cómo Valeria fue eliminada simplemente por ser quien era, por estar en el lugar equivocado. Mientras él sigue libre, el rostro de Valeria lo atormenta cada noche, recordándole la gravedad de su acción.
En un relato desgarrador, el asesino recuerda la última vez que vio a Valeria, tranquila y ajena a su trágico destino. Las palabras de perdón que ella le ofreció resuenan en su mente, un recordatorio del abismo al que se ha precipitado. Su confesión no es solo un grito de culpa, sino un llamado a la reflexión: ¿qué precio se paga por traicionar la confianza y la vida de alguien?
Mientras la comunidad exige justicia, este sombrío relato se convierte en un espejo de las atrocidades que ocurren en la oscuridad. La historia de Valeria Márquez no debe ser olvidada; su vida y su muerte son un recordatorio escalofriante de la fragilidad de la existencia y la urgencia de enfrentar nuestras decisiones.