El futuro de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España pende de un hilo. En un giro devastador, el líder del Partido Socialista ha perdido el respaldo de su propio equipo. La descomposición interna es evidente, y ministros, diputados y socios parlamentarios han dejado de creer en su liderazgo. “No llegará a agosto”, afirman con desdén quienes están más cerca de él.
En las últimas semanas, varios miembros del Consejo de Ministros han intentado convencer a Sánchez de que presente una moción de confianza para frenar el deterioro, pero su negativa rotunda ha sido la señal definitiva de su aislamiento. El ambiente en el Congreso es de desánimo e incredulidad, donde el silencio pesa más que cualquier declaración pública. La dimisión de Sánchez ya no es un deseo, sino una necesidad que se impone por los hechos.
Fuentes internas apuntan a un proceso inminente de sustitución por una figura interina, seguido de una investidura técnica y elecciones generales tras el verano. “La legislatura ha terminado”, murmuran en los pasillos, mientras la presión aumenta. Sus aliados, Yolanda Díaz y Ernés Urtasun, han evitado el Congreso, y Rufián ha sido contundente: “He visto tocado a Sánchez”. La financiación singular y la ley de amnistía están en juego, pero nadie confía en que el presidente tenga la fuerza necesaria para cumplir con sus promesas.
El próximo 5 de julio, el Comité Federal se reunirá con la moral por los suelos. Aunque Sánchez intenta resistir hasta su comparecencia del 9 de julio, en su entorno se ha instalado una certeza inquietante: “Pedro ya está amortizado”. El abandono ha comenzado, y no hay vuelta atrás. La política española está en un punto de inflexión crítico, y el futuro de Sánchez se oscurece cada vez más.