El PSOE se encuentra en una crisis sin precedentes tras la detención de Santoserdá, ex número dos del Partido Socialista, implicado en un escándalo de corrupción que amenaza con desmantelar la estructura del sanchismo. La narrativa oficial, que intentó minimizar el impacto de esta crisis desde Moncloa, ha estallado en una tormenta interna que sacude los cimientos del partido.
Las alarmas han sonado: la prisión preventiva de Cerdán, señalado como el líder de una trama corrupta con ramificaciones en Ferraz, ha desatado una ola de sospechas sobre Pedro Sánchez. Dirigentes del PSOE confiesan en privado que es imposible que el presidente no estuviera al tanto de lo que ocurría. La reacción de Sánchez, débil y evasiva, ha encendido todas las luces rojas. Su autoridad moral está en entredicho y su silencio tras la detención se interpreta como un intento de encubrimiento.
La lealtad que antes mostraban sus compañeros se transforma ahora en distancia y recelo. García Paje ha sido claro: no pueden hacerse pasar por víctimas quienes han sido fundamentales en el ascenso de Sánchez. La inquietud se extiende entre los parlamentarios, quienes comienzan a cuestionar un liderazgo que ha llevado al PSOE hacia el absolutismo y la ceguera institucional.
Con la convocatoria a la militancia del 5 de julio en Ferraz, el partido se enfrenta a una crisis que no solo tiene nombres y cargos, sino también causas judiciales. El PSOE tambalea, y lo más preocupante para Sánchez no es la oposición, sino la desconfianza que crece dentro de sus propias filas. La pregunta ya no es si sabía de la corrupción, sino si podrá resistir el embate de sus propios compañeros. La situación es crítica y el futuro del PSOE pende de un hilo.