Meghan Markle se encuentra en el ojo del huracán tras un escandaloso evento en el Museo de Historia Natural de Los Ángeles, donde fue galardonada en la gala “Night of Wonder”. Lo que debía ser un homenaje a su activismo se convirtió en una pesadilla pública cuando el comediante John Stewart destrozó su premio, calificándolo de “trofeo de participación” en su programa, lo que desató una avalancha de críticas y burlas en redes sociales. Los memes y comentarios se multiplicaron, y la noche, que prometía ser mágica, se transformó rápidamente en un festival de risas a expensas de la duquesa.
Las redes estallaron con preguntas sobre los verdaderos logros de Meghan, mientras su equipo guardaba silencio, lo que solo alimentó la controversia. La gala, que costó hasta $250,000 por mesa, fue vista como un intento desesperado del museo por atraer atención mediática, y no tardaron en surgir voces críticas, incluso de donantes y académicos, cuestionando la legitimidad del premio.
El escarnio de Stewart resonó con un público cansado de lo que perciben como apariencias vacías. La imagen de Meghan como activista se tambalea, y los rumores sobre su vida personal y profesional no cesan. Desde la cancelación de su podcast en Spotify hasta la reciente serie en Netflix, sus proyectos han sido objeto de críticas por falta de autenticidad y sustancia.
En un intento por recuperar el control de la narrativa, Meghan ha hecho su regreso a Instagram, pero muchos lo ven como un movimiento calculado para desviar la atención de la tormenta que la rodea. La pregunta persiste: ¿puede Meghan realmente cambiar la percepción pública que la rodea, o seguirá atrapada en un ciclo de escándalos y promesas vacías? El mundo está observando, y la presión para demostrar resultados es más alta que nunca.