Pedro Sánchez se atrinchera en Ferraz y niega la corrupción que sacude al PSOE, mientras el escándalo amenaza con devorar su credibilidad. En un tono de víctima, el presidente del Gobierno se niega a asumir responsabilidades y rechaza la convocatoria de elecciones anticipadas, lanzando acusaciones contra PP y Vox en un intento desesperado por desviar la atención de la podredumbre que asoma en su propio partido.
Los nombres de José Luis Ábalos y Santos Cerdán, dos de sus hombres de confianza, resuenan en los tribunales en el escandaloso caso Coldo, que ya ha comenzado a erosionar la imagen del PSOE. Sánchez, lejos de ofrecer soluciones, propone una comisión parlamentaria para investigar la situación, como si eso pudiera apagar el incendio que consume su mandato.
A medida que la presión aumenta, el líder socialista amenaza a la oposición con una moción de censura, intentando imponer miedo mientras se aferra a su sillón. Dentro del PSOE, los cuchillos vuelan: figuras prominentes como García Page, Lambán y González ya le señalan la puerta de salida. El próximo comité federal, programado para el 5 de julio, promete ser una guerra abierta.
Sánchez, en su defensa, ignora las investigaciones que involucran a su esposa, Begoña Gómez, y a su hermano, descalificándolas como meros rumores. A pesar de la tormenta que se avecina, el presidente insiste en que las elecciones se celebran cada cuatro años y que no pondrá en riesgo la estabilidad de España, que, según él, vive uno de sus mejores momentos económicos.
Sin embargo, la sombra de la corrupción acecha, y la integridad de una de las administraciones públicas más limpias de la historia democrática está en juego. La situación se torna crítica y la presión sobre Sánchez crece, mientras el país observa con expectación lo que podría ser un desenlace explosivo.