La madrugada del terror se desató en el club deportivo de Diogo Jota. A las 3:17 AM, una patrulla especial de la policía irrumpió en el recinto, rompiendo puertas y sacando a la luz oscuros secretos que habían permanecido ocultos tras la trágica muerte del futbolista y su hermano. La escena era caótica: linternas iluminando pasillos repletos de trofeos que parecían observar con ojos llenos de secretos, mientras la tensión se palpaba en el aire.
El encargado de seguridad, Abraham, fue apartado brutalmente mientras los agentes buscaban respuestas. Tras la tragedia, las preguntas se multiplicaron: ¿Por qué viajaron tan tarde? ¿Qué sabían que les costó la vida? En el corazón del club, los investigadores encontraron documentos comprometedores: contratos secretos, pagos sospechosos y una carpeta roja marcada con el nombre de Diogo. Dentro, fotografías y mensajes borrados que revelaban un mapa de rutas, incluida la fatídica noche en que se desvió hacia la A52.
Mientras los agentes desentrañaban los secretos, el gerente del club, encontrado en estado de embriaguez, balbuceó que estaba bajo órdenes de alguien más. La revelación de un sótano oculto, repleto de pistas escalofriantes, hizo que la tensión alcanzara niveles insostenibles. Allí, una grabadora escondida reveló la voz de Diogo, advirtiendo que su muerte no fue un accidente. “Si caigo, busquen mi celular”, clamaba, dejando claro que había más de lo que parecía.
La policía, ahora en una carrera contra el tiempo, debe desentrañar una red de conspiración y silencio que amenaza con tragarse toda la verdad. Mientras tanto, la prensa se agolpa en el exterior, ansiosa por cada detalle de esta historia oscura. El club, que alguna vez fue un símbolo de gloria, se ha convertido en un escenario de traición y miedo. La verdad, esa palabra tan poderosa, comienza a salir a la luz, y con ella, el eco de un grito que no cesará hasta que se haga justicia.