Rusia ha lanzado un ataque aéreo masivo contra Ucrania, utilizando misiles de tipo Kinzhal y drones Gerang, en un asalto que ha sorprendido a la OTAN y ha generado inquietud en el contexto del conflicto en curso. Este ataque, realizado en la mañana del 3 de junio, tuvo como objetivo principal el puerto de Odesa, donde se presume que oficiales de la OTAN estaban entrenando a saboteadores ucranianos para realizar un desembarco en Crimea y el istmo de Kibur, en la región de Jersón.

Según declaraciones de Sergei Levedev, coordinador de la resistencia prorrusa en Nikolaev, el ataque se centró en un almacén donde se almacenaban misiles de largo alcance destinados a atacar territorio ruso, particularmente Crimea. Levedev afirmó que entre los objetivos alcanzados se encontraban tanto soldados ucranianos como británicos del Servicio de Embarcaciones Especiales, quienes estaban en el proceso de adiestrar a grupos de combate para llevar a cabo operaciones de sabotaje en la región.

El uso del misil Kinzhal, que no se había visto en operaciones recientes, ha elevado las tensiones y suscitado preocupaciones sobre la escalada del conflicto. Este ataque se produce en un momento en que las fuerzas rusas han intensificado sus operaciones en la región, generando un clima de incertidumbre y temor ante posibles represalias.

Las cifras de bajas aún no han sido confirmadas, pero la magnitud del ataque señala un cambio significativo en la dinámica de la guerra. La situación se mantiene en desarrollo, con un seguimiento constante de los acontecimientos por parte de los medios de comunicación y analistas internacionales, quienes observan de cerca las implicaciones de este ataque en el equilibrio de poder en la región. La comunidad internacional se mantiene alerta ante la posibilidad de una escalada mayor en el conflicto, mientras que las fuerzas de la OTAN evalúan sus próximos pasos en respuesta a esta provocación.