Última hora. Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, se encuentra al borde del colapso, atrapado por el miedo y la inminente amenaza de captura por parte de Estados Unidos. En un giro impactante, Maduro ha suplicado por piedad a Donald Trump, afirmando que ya no desea más conflictos y que Venezuela no se mete con nadie. Sin embargo, el reloj avanza y el 15 de septiembre se perfila como la fecha fatal para el líder que alguna vez se creyó invencible.
La presión sobre Maduro es asfixiante. Con cada día que pasa, su paranoia se intensifica. Fuentes cercanas revelan que no puede dormir, su mente está consumida por el terror de ser atrapado. En Miraflores, la vigilancia se ha triplicado, pero nada calma su angustia. La advertencia de Trump resuena en su mente: “La captura será pronto. Nadie escapa de la justicia”. Maduro, consciente de que su destino está sellado, vive en un estado constante de alerta, cambiando de habitación cada pocas horas y revisando hasta su comida por miedo a ser envenenado.
La situación en Venezuela es volátil. Mientras la población anhela el final de su régimen, los rumores de traiciones dentro de su círculo más cercano crecen. Generales que antes lo defendían ahora contemplan su futuro lejos de un hombre señalado por el narcotráfico. La lealtad se desmorona y la incertidumbre se apodera de su entorno.
Estados Unidos ha movilizado un impresionante despliegue militar en el Caribe, listos para ejecutar la operación que podría marcar el fin de Maduro. Las calles de Caracas palpitan con la expectativa de un cambio inminente. Muchos ven la caída de Maduro como una esperanza, mientras otros temen que la captura desate un conflicto armado.
El mundo entero observa este desenlace histórico. La captura de un presidente en funciones, acusado de narcoterrorismo, se aproxima. Maduro, una vez poderoso, ahora es un prisionero de su propio miedo, consciente de que su tiempo se agota. La pregunta ya no es si será capturado, sino cuándo. La cuenta regresiva ha comenzado y el desenlace es inevitable.